La historia del auto que funcionaba con agua (y la sospechosa muerte de su creador)

Fue una de las tantas invenciones nacidas de la crisis del petróleo de la década de 1970. Considerada por expertos como revolucionaria, el repentino fallecimiento de su impulsor la empujó al olvido generando muchas sospechas. Galería de fotos

Redacción Parabrisas

Las teorías conspirativas, fuente de largas charlas de sobremesa, existen en todas las actividades. Que “... hay una cura contra el cáncer, pero las farmacéuticas no la dan a conocer”, que “La llegada del hombre a la Luna fue una puesta en escena de la NASA” y que “Elvis está vivo”, son solo algunos de los temas sobre los que tanto nos gusta divagar. 

Pero en el universo automotor existe uno que tiene como eje el que todavía hoy es fuente de debate incluso entre ingenieros: el motor que funciona con agua. Es cierto que el agua se usa actualmente en algunos propulsores, pero no como combustible, sino que se emplea siguiendo un esquema inventado para motores aeronáuticos en los que se inyectan cantidades mínimas de agua para optimizar la combustión o bajar la temperatura. 

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Sin embargo, durante el Siglo pasado un emprendedor estadounidense creo un auto cuyo motor funcionaba con agua como “combustible”. Su nombre era Stanley Meyer, y logró fabricar el Water Powered Car, producto que demostró destacadas cualidades.

La crisis del petróleo en la década de 1970 fue el disparador que impulsó la idea de Meyer. Después de muchos años de investigación Stanley diseñó una “celda de combustible” que podría ser alimentada con agua. Recordemos que las celdas (o células) de combustible, que adquirieron notoriedad con los vehículos a hidrógeno, pueden “quemar” varios tipos de “carburante”, incluyendo, por ejemplo, gas.

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El criterio de funcionamiento del motor de Meyer consistía en romper la molécula del agua a partir del impacto de impulsos eléctricos en celdas conformadas por tubos con diferentes frecuencias. Ese proceso liberaba el hidrógeno de manera más eficiente (es decir, consumiendo menos energía) que las celdas de combustibles tradicionales. Lo más interesante de este sistema es que terminaba reconvirtiendo las moléculas en agua.

En ese proceso solo eran necesarios 7,4 microlitos de agua por cada explosión para generar 50 caballos de potencia.

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Como prueba de la eficacia de este sistema un vehículo equipado con el “motor a agua” participó en una carrera en Australia con un recorrido de casi 300 kilómetros logrando un rendimiento destacado.

La comunidad científica miró con malos ojos el invento de Meyer, pero otros se sorprendieron y lo bautizaron como la “célula de Meyer”. Incluso en algunos claustros Stanley fue considerado como el segundo mejor inventor del siglo, detrás de Tomás Edison. Sin embargo, Meyer tuvo problemas legales con los inversores locales, quienes lo llevaron a juicio para que les devuelva el dinero. 

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Luego, el 20 de marzo de 1998, Meyer tuvo una reunión con inversores belgas interesados en su invento. Stanley Mayer no lo sabía, pero esa sería su última reunión. 

En plena cena se propone un brindis después del cual Stanley dejó velozmente la mesa tomándose el cuello. Llegó al estacionamiento del lugar y se desplomó en el suelo. Aseguran que sus últimas palabras fueron: “ellos me envenenaron”.

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Los exámenes toxicológicos no arrojaron resultados que confirmaran un asesinato, pero luego, se dio un hecho que sumó más misterio a la muerte de Meyer: el Dune Buggy, el prototipo del “Water Powered Car”, fue robado de la casa del inventor junto con todos sus instrumentos. 

No se supo nada de ese vehículo que pudo haber revolucionado la industria automotriz, hasta que apareció en Canadá en 2014 en condiciones que no fueron reveladas.

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