Conocé los diez autos más complejos de fabricar

Algunos clásicos esconden dificultades tan grandes que hicieron peligrar su aparición y sus avances tecnológicos. La revista brasileña Quatro Rodas, hermana de Parabrisas, presenta este top ten. Galería de fotos

Redacción Parabrisas

Son autos emblemáticos, algunos considerados joyas de la industria. Marcaron una época y quedaron en la memoria de todos. Lo que pocos saben es que costaron tanto en ser diseñados y fabricados que corrieron peligro de llegar al mercado.

Ya sea por diseño, motorización, elección de materiales o la disposición de las butacas, estos diez modelos que la revista Quatro Rodas, hermana brasileña de Parabrisas, presenta fueron un reto de ingeniería.

McLaren F1: fue un súperdeportivo que arrasó en pistas y calles. Para mediados de los 90, alcanzar los 390 km/h era demencial, y el bólido inglés lo logró. Tenía un V12 de más de seis litros que entregaba 627 CV. Generaba tanto calor que optaron por recubrir el sector con oro, un disipador térmico muy eficiente. Además, la butaca del conductor era central, y por detrás tenía otros dos asientos para los pasajeros. Por este motivo, la pieza de quien manejaba no era ajustable, sino que se adaptaba de fábrica (por todo esto, debieron relocalizar las manijas de las puertas). Otro “rebusque” fueron las levas del volante, que accionaban la bocina y la luz alta.

Citroën DS: considerado un icono del Siglo 20 y el producto más famoso de la casa francesa. Estaba equipado con un moderno sistema hidroneumático de suspensión, por el cual esferas metálicas almacenaban aire comprimido y otros fluidos minerales. Así, reemplazaban a los tradicionales resortes, amortiguadores y otras piezas. Para 1955, esta modernización causó furor porque afirmaban que era muy cómodo de manejar. La innovación de fluidos también fue usada para el mecanismo cambios-embrague-freno. Para consolidar el avance de este auto, fue pionero a la hora de implementar luz alta direccional y baja que mantienen la altura, todo bajo un sistema mecánico y no electrónico.

Mercedes Benz 600: un precursor en lujo, calidad y, especialmente, la hidráulica. El abuelo de la Clase S era un ejemplo de asistencia mediante líquidos, tanto sea en vidrios, asientos y hasta el baúl, tal cual se usan hoy en día en las puertas. Esta berlina era comprada por usuarios de mucho poder adquisitivo que reclamaban un vehículo a su altura, suave y con confort. El mantenimiento, que podemos imaginar costoso, debía ser especial y cada unidad se vendía con un kit de reparación. Incluso, vidrios y butacas traían un sistema especial mediante el cual no se caían en caso de falla hidráulica.

Aston Martin Lagonda: este clásico de la fábrica de Gaydon era raro en todos sus ángulos. Además del diseño, fue un modelo asentado en la lucha por los avances electrónicos, al punto que estaba plagado de botones. En la Serie 2 (1976-1985), el volante tenía un solo rayo y el tablero era íntegramente digital. Todo esto, sumado a una rara combinación de colores y materiales.

Bugatti Veyron: cualquier máquina infernal es difícil de construir. Era impulsado por un colosal motor de 16 cilindros en W (en comparación, dos V8 unidos) de ocho litros, con cuatro turbos y entre 1001 y 1200 caballos según la época. Fue el primero en superar los 400 km/h, aunque estaba limitado para no romper la resistencia de los materiales. Era tal el calor que necesitó de diez radiadores. Los neumáticos fueron desarrollados especialmente, con un montaje particular y hasta pegamento.

Cizeta V16T: un producto extraño por donde se lo mire, casi imitando cualidades monstruosas. Este desconocido auto italiano fue desarrollado por dos exempleados de Lamborghini, y anticipó el diseño del Diablo. Su motor era un V16, compuesto por dos V8 unidos transversalmente y cada uno tenía su cigüeñal. Competía con sus rivales italianos en prestaciones, pero su complejidad lo dejó muy rápido fuera de mercado.

Mazda RX-7: Este descapotable, complicado en todo aspecto, tenía un motor 1.3 con 280 caballos. ¿Cómo lo lograba? Gracias a dos rotores y turbinas secuenciales, un sistema tan complejo que en innumerables casos fue reemplazado por un único turbo. Además, en la tercera generación, el filtro de combustible fue instalado entre la carrocería y el diferencial trasero: era necesario desmontar parte de la suspensión para arreglarlo.

Mitsubishi 3000GT VR4: otro exponente japonés de la década de los 90. Tenía un motor biturbo, pero en formato V6 y con hasta 300 caballos, según la versión. Estaba dotado de características atípicas para la época: tracción integral, direccionamiento en las cuatro ruedas, alerón activo, suspensión con control electrónico y en su versión convertible, techo rígido plegable.

Mercedes Benz Clase S: el buque insignia de la firma de Sttutgart es el heredero del 600 en todo sentido. Fue el primero de la estrella en usar la arquitectura electrónica CAN y tenía un rudimentario asistente de estacionamiento, mediante el cual, a través de dos varillas similares a antenas, se marcaba al conductor dónde termina el auto. Tanto los espejos retrovisores como el central tenían ajuste eléctrico. Entabló una fuerte batalla con el BMW Serie 7, especialmente en motorización. Equipó un V12 de seis litros que erogaba 408 CV. Esa planta propulsora fue la que tomó Pagani para su mítico Zonda.

Porsche 959: casi como un 911 con cola, este deportivo alemán nació para el rally, pero muy rápido el Grupo B fue extinguido y el auto llegó a las calles. Mantuvo la tracción integral controlada eléctricamente por diferencial Haldex y fue uno de los primeros en emplear caja de seis marchas (la primera reducida, síntoma de su carácter off-road). También contaba con ABS y carrocería de aluminio y kevlar. Como aditamento tecnológico, fue el primer auto de producción en contar con monitoreo de presión en los ejes. Su motor era el tradicional bóxer de seis cilindros, con un sistema de refrigeración de cabezales especial con el que llegaba a 444 CV de fuerza. Su final fue irremediable: lo complejo sale caro, al punto que a la marca le salía más caro producirlo de lo que le cobraba a sus clientes.

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