Todos los caminos conducen a Roma
La infraestructura vial vuelve a estar en el centro del desarrollo urbano. La Argentina enfrenta el desafío de adaptarse a una movilidad más sustentable sin caer en el desorden. ¿Estamos construyendo futuro o generando más caos?
Desde la antigüedad, la idea de que “todos los caminos conducen a Roma” no fue sólo una metáfora que perduró con los años, sino una expresión literal del modo en que las grandes civilizaciones lograron prosperar. El Imperio Romano construyó más de 80.000 kilómetros de caminos, en su mayoría pavimentados, que unían regiones remotas con el corazón político y económico del imperio. Esos caminos facilitaron el comercio, la comunicación y la expansión territorial, pero también definieron el crecimiento de las ciudades y sentaron las bases de una red de movilidad que fue replicada durante siglos.
Hoy, en pleno siglo XXI, el desafío de las ciudades no es conquistar nuevos territorios, sino reorganizar su estructura urbana para afrontar nuevas formas de movilidad. El crecimiento poblacional, el colapso del tránsito, la contaminación, el cambio climático y el avance de tecnologías disruptivas (como los vehículos eléctricos, los monopatines o la ola creciente de uso de bicicletas) exigen repensar cómo se mueven las personas. Y en esa redefinición, la infraestructura vial y la seguridad vial vuelven a ser el eje del desarrollo.
Progreso… ¿o callejón sin salida?
La Argentina, como muchos países de la región, enfrenta una tensión estructural entre el modelo de ciudad que promueve y el que realmente ejecuta. En particular, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ha sido, en la última década, un laboratorio urbano de políticas de movilidad sustentable: se ampliaron ciclovías, se sumaron estaciones de bicicletas públicas, se alentó el uso de monopatines eléctricos y se diseñaron carriles exclusivos para colectivos.
Pero este cambio también trajo consecuencias no previstas o mal gestionadas: reducción de carriles tradicionales, embotellamientos permanentes en avenidas clave, desorden en la convivencia entre vehículos, bicicletas y peatones, accidentes por falta de señalización y una percepción creciente de caos urbano, especialmente en horas pico.
Mientras se promovía un modelo “verde”, la ciudad no creció en infraestructura vial a la par de las nuevas formas de movilidad. Muchos barrios siguen sin ver mejoras estructurales en pavimento, iluminación o señalética, mientras otros se saturaron de reformas sin una planificación integral.
El nuevo mapa urbano
La transformación de la movilidad urbana no es sólo un fenómeno físico; también es digital y cultural. Aplicaciones de transporte, inteligencia artificial, big data, gestión de flotas, monitoreo en tiempo real del tránsito y vehículos autónomos están empezando a delinear un nuevo paradigma urbano en el que los caminos deben dialogar con las tecnologías.
Pero para que eso sea posible, la seguridad vial debe estar en el centro del rediseño. No se trata únicamente de facilitar nuevas formas de transporte, sino de garantizar que convivan sin poner en riesgo a los usuarios. Bicisendas improvisadas, zonas sin visibilidad, monopatines sin regulación clara o vehículos que no respetan velocidades mínimas y máximas son parte de un ecosistema que, sin planificación, puede volverse tan inseguro como insostenible.
¿Cambio sustentable o caos?
Las políticas públicas deben ser evaluadas no sólo por sus intenciones, sino también por sus resultados. En este sentido, el modelo de movilidad sustentable impulsado en la Ciudad de Buenos Aires, como así también en ciudades céntricas de Buenas Aires u otras provincias, ha tenido logros simbólicos: instalación de cultura ciclista, reducción parcial de emisiones, visibilización de nuevos actores urbanos.
Sin embargo, también ha provocado externalidades negativas: pérdida de fluidez vial, aumento del estrés urbano, conflictos entre distintos tipos de usuarios de la vía pública y, en muchos casos, falta de una visión metropolitana. Lo que puede funcionar en CABA, no se replica con igual eficacia en el conurbano, donde las distancias, la inseguridad y la falta de infraestructura básica hacen inviable la bicicleta como medio de transporte cotidiano. Un claro ejemplo se da en municipios del AMBA, donde preciosas bicisendas conviven con baches donde pareciera que ha caído un meteorito.
Conclusión
Roma no se construyó en un día, y sus caminos tampoco. La historia demuestra que el desarrollo de una ciudad está íntimamente ligado a su infraestructura vial y a su capacidad de adaptarse a los tiempos. En la nuestro país, el desafío no es oponerse al cambio en la movilidad urbana, sino planificarlo con inteligencia y equidad.
Promover la bicicleta, el monopatín o el auto eléctrico no es un error. El error es hacerlo sin integrar esa movilidad a un sistema urbano que garantice seguridad, señalización, convivencia y eficiencia. La sostenibilidad no puede construirse sobre el caos.
Hoy, más que nunca, todos los caminos deberían conducir a un mismo destino: una ciudad más segura, más ordenada y más humana. Y para eso necesitamos menos parches y más planificación, menos slogans y más infraestructura. En definitiva, menos laberintos y más caminos. Porque a la seguridad, la educación y, en este caso, la revolución vial, la hacemos entre todos.
Por Matías Gonzalez, abogado diplomado en Seguridad Vial.
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