"Un Rover para los granjeros con el que se pueda ir a todas partes y hacer de todo". De esa idea nació el Land Rover con el que el Wilks hizo el primer test en el verano (boreal) de 1947 alrededor de la casa de vacaciones de su familia.
El ingeniero de apenas 30 años y su hermano Spencer, entonces director general de Rover, esperaban del Land Rover unos beneficios con los que sanear la marca en crisis. Y es que el gobierno británico repartía valiosas materias primas según los ingresos por exportaciones. Por ello los hermanos Wilks no presentaron el Land Rover en 1948 en Londres, sino en la feria de Ámsterdam.
El vehículo de tracción a las cuatro ruedas era sencillo y tenía un motor de 50 caballos y 1,6 litros. Alrededor los británicos construyeron una carrocería de aluminio que no sólo soportaba la corrosión, sino que se producía sin caras herramientas de prensado.
Como los hermanos no querían hacer peligrar el incentivo fiscal para vehículos para el campo, el Land Rover tenía una equipamiento espartano: un techo fijo, asientos de plumas o lunas laterales con juntas de goma. Sólo el asiento del conductor, en el medio, llamaba la atención, aunque no prosperó: tras los primeros prototipos se colocó el volante a un lado como es costumbre.
A los dos años, el modelo ya se exportaba a 70 países, según el encargado del archivo de Land-Rover, Roger Crathorne. Pronto hubo diferentes distancias entre ejes y variantes de carrocería, así como versiones para el ejército y para la monarquía y cientos de construcciones especiales según el interés, como por ejemplo un modelo de ferrocarril para circular sobre raíles. En 1970 se batió un récord para la época con 56.000 Land Rovers construidos. Hoy en día lleva el apellido de Defender y se siguen vendiendo al año 30.000 unidades.
"El modelo anguloso clásico no ha perdido aún hoy en día su atractivo", dice Boris Schmidt, que ya ha escrito varios libros sobre la marca y que evidentemente conduce un Land Rover. Aún sigue siendo fácil, afirma, hacerse con una Serie II de los años 1958 a 1971. Según el estado puede costar entre 3.000 y 15.000 euros. Perfectamente restaurado, mucho más.
"En principio es posible conducir un flamante Defender", asegura Schmidt, ya que no ha cambiado tanto desde sus inicios. Aunque ahora dispone de un motor de 2,2 litros diesel con 122 caballos, los asientos pueden ser de cuero y climatizados, los elevalunas son eléctricos, tiene aire acondicionado y airbags, "el Defender no sólo se parece al primer Land Rover de hace 65 años, sino que la sensación al volante es la misma".
Sólo en Alemania por ejemplo se compran 2.000 unidades al año de un fósil incómodo y carente de equipamiento de seguridad y comfort, algo que molesta a pocos cuando arranca y avanza por la carretera como si fuera por la jungla.
La nueva versión del clásico, que sirve como modelo que conmemora los 65 años, concentra la nostalgia y hace de cada trayecto cotidiano una pequeña aventura. Quien vaya con él al campo puede pensar que está en el Himalaya o en las Highlands de Escocia. Ninguna colina es muy empinada para el Defender, ninguna charca es muy pantanosa ni ningún bache demasiado profundo. Se hace sitio sin quejarse por el barro.
Su construcción robusta ha salvado siempre al Land Rover Defender. Quien tenga una avería en África o en el delta del Amazonas agradece que el coche se pueda reparar en cualquier aldea.
Pero hasta las leyendas tienen un final. "Para final 2015 Land Rover ha anunciado el final de la producción", recuerda Schmidt.
Sin embargo, Land Rover conoce el valor como imagen del clásico y trabaja con prisa en buscar un sucesor, dice la portavoz de la firma, Andrea Leitner, que hace referencia al prototipo DC100 presentado en Fráncfort en 2011, quien no estará listo antes de 2016.
Quien no desee un modelo nuevo, Crathorne da la solución: "El 75 por ciento de todos los Defenders construidos aún están hoy en uso". Por lo tanto, aún estará por las calles mucho tiempo más.
Fuente: DPA.