Prueba especial Toyota Hilux a plena carga: Oro y plata a cielo abierto

Una flota de noventa pick-ups Toyota Hilux de doble cabina presta servicio pesado en la mina de oro y plata de Cerro Vanguardia, en Santa Cruz. Allí pudimos verlas en su lugar de trabajo y también interiorizarnos del proceso de extracción del mineral en los enormes pozos, que en su fondo podrían albergar a un estadio de fútbol. Y también en una mina subterránea. Galería de fotos

Redacción Parabrisas

En nuestra entrega anterior dejamos el hilo en Comodoro Rivadavia, la población más populosa del Chubut. Tras reponer fuerzas y sueño perdido en los días anteriores, salimos a media mañana de la ciudad del petróleo para dirigirnos hacia nuestro siguiente destino, la mina de oro y plata Cerro Vanguardia, en la vecina provincia de Santa Cruz. Nos esperaba nada más que un viaje de más de trescientos kilómetros, una distancia irrisoria para las grandes extensiones de la Patagonia.

Siempre por la Ruta 3, los planos desiertos por los que se extienden las estancias de superficies que se calculan en decenas y aun cientos de miles de hectáreas, apenas son interrumpidos cada tanto por los curveríos que producen las bajadas o trepadas de una meseta a otra. Y menos aún por el paso por poblados.

En esos más de 300 kilómetros, y ya saliendo de lo que podemos considerar el Gran Comodoro (para el sur, Rada Tilly) sólo encuentra el viajero un par de asentamientos: el primero es la ciudad de Caleta Olivia, a un centenar de kilómetros de Comodoro, ya en la provincia Santa Cruz, la que ha experimentado un crecimiento exponencial en las últimas décadas, que la ha llevado a convertirse en el segundo núcleo urbano de la provincia. Dicho sea de paso santa Cruz es la más despoblada del país con apenas un habitante y pico por kilómetro cuadrado (compáresela con Tucumán, que tiene más de 70, o Buenos Aires, con 50…).

Para seguir hacia el sur, hay que atravesar la ciudad, que debe haber pasado largamente los 36.000 habitantes que tenía, según el censo de 2001. Semáforos, tránsito intenso y mucha gente en la calle. Una foto ante "el Gorosito”, nombre con el que familiarmente se conoce el monumento al obrero petrolero, y vuelta a las largas rectas. La otra población –luego no hay ninguna hasta la mina– es Fitz Roy, a la cual se rodea sin perder tiempo. Pero se advierte un milagro: sus habitantes se multiplicaron como el pan bíblico, porque hace diez años eran sólo 174 y hoy deben sumar como 5.000, a ojo de buen cubero. Lo que era una estación de servicio y un puñado de casas es hoy un pueblito prolijo y por supuesto de moderno trazado.

Desde ahí, lo inconmensurable de la estepa patagónica. En el kilometro 2.146 de Ruta 3, un ancho camino de impecable ripio fino en sus 35 kilómetros, nos llevaría a nuestro destino: la mina Cerro Vanguardia. Los carteles indican que no deben sobrepasarse los 60 km/h y hay que respetarlos a rajatabla por la cantidad de manadas de guanacos con sus chulengos que cruzan alegremente la ruta.

Mina abierta

De lejos se divisa el corazón de la mina, todo un poblado que alberga las construcciones donde se industrializa el material, los edificios de las oficinas técnicas administrativas y las viviendas donde mora una gran parte del casi millar de personas que componen el personal. El centro poblado más cercano es San Julián, y desde y hacia allí viaja diariamente una pequeña parte del staff que tiene ahí, junto al mar, su residencia.

Viviríamos por unas horas la interesante e inédita experiencia de recorrer una mina de las llamadas “a cielo abierto” de la que se extraen por día miles de toneladas de rocas para su posterior procesamiento en el mismo lugar. Dejamos a nuestra Toyota Hilux en el parque de estacionamiento y el recibimiento fue el mejor: un buen almuerzo, seguido de una charla sobre seguridad, un aspecto que se magnifica en la empresa que está conformada por capitales sudafricanos (de la AngloGold Ashanti, la tercera productora de oro a nivel mundial) con una participación del estado santacruceño. Tan en serio se toman el tema de la seguridad en Cerro Vanguardia, que con Christian Hein, mi compañero de viaje,  tuvimos que superar un examen escrito, en el que aprobamos con diez y felicitado. Ambos. Equipados con casco protector y borceguíes, el guía, el licenciado Germán Spoker, a cargo de las relaciones con la prensa, fue por unas horas nuestro cicerone.

Conversamos en el taller de mantenimiento de vehículos livianos (también hay otro para los camiones de tara en las 50 toneladas) y, en una de las 90 Hilux que componen la flota de la mina, recorrimos diversos sectores del establecimiento.

Quizás lo más interesante y característico sean los “pits”, que así se llama a los enormes hoyos en la tierra de los que se extrae el material. Los hay de variados tamaños y profundidad, siendo el más grande de 200 metros de largo  por 75 de ancho en la boca y 80 metros hacia el centro de la tierra. Tras las exploraciones, se determina dónde hay que cavar y enormes palas Caterpillar van profundizando el terreno, al tiempo que máquinas cargadoras se encargan de poner las rocas que se sabe contienen los valiosos metales –claro que en ínfimas proporciones– en los volquetes de los camiones. En las paredes de los pits se va construyendo el camino por el que transitarán los camiones, las máquinas y las camionetas, por un trazado de cornisa acaracolado, que puede formar tres o cuatro pisos y tener una extensión de uno o dos kilómetros hasta llegar al fondo. El yacimiento se caracteriza por ser un emprendimiento de múltiples pits, lo que implica que diariamente se opera en distintos frentes de trabajo, dentro de la concesión minera de 514 kilómetros cuadrados (gráficamente, digamos una extensión de 20 por 25 kilómetros, si fuera un rectángulo regular).

También en Cerro Vanguardia se practica, desde hace poco más de un año, la minería subterránea, con el método conocido como “sub level stoping”, que implica el desarrollo de amplias galerías, adonde acceden camiones y también un par de Hilux, que se equipan por razones de seguridad con armazones tubulares externas a modo de defensas. Estas son las más sufridas de la flota, junto a las de los jefes de turno, que, como muchas, más trabajan las 24 horas del día. El tránsito de los vehículos en el interior de la mina (que ya tiene galerías a 120 metros de profundidad) se dificulta por la irregularidad del piso y, como es un ambiente húmedo, por el barro, con pendientes constantes de 14 grados en los túneles.

El mineral extraído es llevado a la planta para iniciar el proceso que separará el oro y la plata de la roca. El área de trituración reduce el mineral hasta los seis milímetros de diámetro y, luego, en el sector de molienda se lo convierte en un polvo de 74 micrones (0,074 mm). Tras un tratamiento de lixiviado, se precipita el producto y se lo filtra. En la fundición, finalmente se obtienen los lingotes de 20 kilos de “bullón doré”, una aleación de elegante color champán formada por un 92 % de plata y un 8 % de oro.

La roca que se desecha en el proceso va formando unas cordilleras enanas de hasta veinte metros de altura, las que se revisten de tierra de la capa superficial para favorecer el crecimiento de vegetación, que ya se advierte en los sectores más antiguos.

Un párrafo merece la atención de Cerro Vanguardia sobre atentar en lo mínimo a la naturaleza: el guanaco es todo un símbolo de ello. Los camélidos pastan tranquilamente a metros de las oficinas y no temen ya de los humanos. Otro ejemplo es que está en marcha el proyecto de repoblar la región con un habitante original: la mara o liebre de la Patagonia, un roedor prácticamente inhallable hoy en día en la región.

Si esperábamos encontrarnos la pepita salvadora, fracasamos. Pero con Christian de vez en cuando nos descubrimos mirando entre las piedras en búsqueda de algún brillo dorado. No lo hubo.

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