Su corazón se apagó el último julio, en una noche de verano, en Turín, ciudad que lo vio nacer. Tenía 86 años y quedará en la historia de la industria automotriz por haber sido el continuador y el existoso artífice de una historia que comenzó su padre, en mayo de 1930. El 22 de mayo, para ser más precisos, cuando Battista Farina, apodado “Pinin”, sobrenombre que terminaría uniéndose al apellido en 1961, fundó en aquella ciudad italiana una empresa –donde trabajaban unas ciento cincuenta personas–, dedicada al diseño de acabados especiales para clientes particulares, y que con el tiempo se transformaría también en una importante constructora de automóviles.
La leyenda, construida sobre la base del férreo carácter emprendedor de los Pininfarina, respetando siempre la tradición, la elegancia y el estilo, acababa de comenzar. Pero fue veinticuatro años más tarde, en 1954, a raíz de la introducción en el mercado norteamericano de su Nash Healey Spider (un roadster de cuatro plazas nacido en 1951 y del que se construyeron solo 300 unidades), que el nombre Pininfarina cobró fama internacional. Y lo logró a través del director Billy Wilder, quien introdujo ese modelo en su película “Sabrina”, interpretada por Audrey Hepburn, William Holden y Humphrey Bogart.
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