A principios de los 80 no teníamos internet y el teléfono sólo servía para llamadas. La única fuente de consulta para los niños que nos gustaban los autos eran las revistas especializadas y muchos mirábamos series americanas solo para ver autos distintos a lo que ofrecía el limitado parque automotor local. La llegada a la pantalla del auto fantástico fue para los chicos que nacimos con la pasión automotriz de esa época, una cita imperdible frente al televisor. Ver a nuestro aparato favorito cobrar vida nos hacía desear aún más al automóvil. Durante 40 años mis pensamientos fantasiosos me ilustraban la imagen de convertirme en Michael Knight al menos por un día y ponerme al volante de KITT. Hace unas semanas, recibí un llamado de Gastón Rosatto de The Barn Miami que parecía haber leído ese pensamiento. _”Diego, tengo a KITT en mi salón de ventas ¿querés venir?” … Nunca llegué tan rápido a The Barn.

A principios de los 80 no teníamos internet y el teléfono sólo servía para llamadas. La única fuente de consulta para los niños que nos gustaban los autos eran las revistas especializadas y muchos mirábamos series americanas solo para ver autos distintos a lo que ofrecía el limitado parque automotor local. La llegada a la pantalla del auto fantástico fue para los chicos que nacimos con la pasión automotriz de esa época, una cita imperdible frente al televisor. Ver a nuestro aparato favorito cobrar vida nos hacía desear aún más al automóvil. Durante 40 años mis pensamientos fantasiosos me ilustraban la imagen de convertirme en Michael Knight al menos por un día y ponerme al volante de KITT. Hace unas semanas, recibí un llamado de Gastón Rosatto de The Barn Miami que parecía haber leído ese pensamiento. _”Diego, tengo a KITT en mi salón de ventas ¿querés venir?” … Nunca llegué tan rápido a The Barn.

La serie que le marcó el paso a la industria automotriz
La historia de “Knight Rider” arranca en 1982, cuando la electrónica comenzaba a colarse en los autos y la imaginación popular veía, en lo que luego se llamaría inteligencia artificial, un horizonte tan inquietante como irresistible. Glen A. Larson, creador de la serie, buscaba un héroe moderno que no usara armas ni violencia gratuita. La solución fue brillante: darle a un conductor solitario un auto capaz de pensar. Para llegar a la estética definitiva, la producción evaluó varios modelos estadounidenses, entre ellos algunos Ford y un par de Chevrolet de líneas más cuadradas. Pero el recientemente lanzado Pontiac Trans Am de tercera generación tenía justo lo necesario: un diseño futurista, trompa afilada, buena disponibilidad en concesionarios y, sobre todo, una presencia visual que en pantalla parecía decir “soy distinto”.

Así nació KITT —Knight Industries Two Thousand— como el emblema de ese optimismo ochentoso: un auto que hablaba, razonaba, tomaba decisiones y protegía a su conductor. En un mundo sin smartphones ni asistentes digitales, aquello parecía pura ciencia ficción. El hecho de que su nombre sean las siglas de Industrias Knight 2000 representa lo que significaba en esa época el cambio de siglo, donde el año 2000 parecía un futuro lejano y de grandes cambios. Entre sus habilidades más conocidas estaba el Turbo Boost, que le permitía saltar por encima de autos, camiones o cualquier obstáculo que la trama necesitara superar. Un truco que en la realidad exigió rampas ocultas, tomas rápidas y varios Trans Am sacrificados en el proceso.

Kitt podía hablar e interactuar con la soltura de un humano, se conducía solo (para mantener la ilusión no revelaremos el precario truco que usaban), leía el camino, se comunicaba por video llamada, tenía sistemas evasivos, una carrocería casi indestructible formada por una coraza molecular, sistema de vigilancia, distintos modos de manejo y utilizaba una propulsión alternativa, aunque en la serie se veía que cargaba nafta como cualquier otro auto. Algunas de estas y muchas otras funciones, años después se convirtieron en reales. Si Elon Musk dijera que de chico no miraba el auto fantástico, ¿alguien le creería?
Manejando “el futuro”
Conducir un Knight Rider trae todo ese imaginario a la superficie. Apenas abrís la puerta, el tablero te envuelve con esa estética desbordada, llena de luces, botones físicos para cada función y pantallas que parecieran estar guardando secretos. La barra roja del frente que representa el “escáner” del modo vigilancia y las barras verticales en el tablero justo frente al conductor, simbolizaban la inteligencia de KITT, no son solo un adorno, son un latido visual que te prepara para la ficción.

El arranque mezcla sonidos, luces y un pequeño estremecimiento emocional. La postura baja, el volante recortado frente a un tablero que solo puede salir de la mente de un genio, construyen un clima cinematográfico. En movimiento, el Trans Am revela su esencia ochentosa: dirección más pesada, frenos firmes y motor que respira sin intermediarios electrónicos. Es un auto que pide manos, que exige presencia. Y quizá por eso la experiencia resulta tan potente: no es suave ni digital; es física. Intento no tocar algunos botones como el “asiento eyector” por el bien de mi acompañante ni el de arrojar aceite para evadir una persecución. Utilizar el comando que cambia la patente podría traernos problemas legales y claro no queremos nada de eso, pero el hecho de ir manejando con todas esas opciones a la vista, hacen que el conductor se sienta invencible.

Lo más sorprendente, sin embargo, es cómo dialoga el pasado con el presente. Muchas de las funciones que entonces eran ciencia ficción hoy se convirtieron en equipamiento habitual: conducción autónoma, mandos por voz, GPS, modos de conducción, videollamadas y ya es un hecho el sistema que hace saltar al auto para evitar imperfecciones del camino. Lo que en los ochenta aparecía como magia hoy lo damos por sentado, pero subirse a KITT sigue siendo un viaje emocional, es tocar un mito, reencontrarse con una época en la que el futuro era un territorio optimista. Al bajarme, sentí que había manejado mucho más que un auto. Había vuelto, aunque fuera por unos minutos, a esa idea de que la tecnología podía convertirnos en héroes.
Por Diego Porciello