Si bien en la actualidad sigue habiendo territorios que reclaman una independencia no adquirida, el momento histórico en el que nos encontramos no se caracteriza por ser particularmente “colonialista”. Al menos desde el punto de vista soberano.
Es claro que hay países más independientes que otros, en términos económicos, y no hace falta investigar demasiado para reconocer que aquellos estados con mayores libertades monetarias son generalmente industriales.
Nos resulta imposible no relacionar el día de la soberanía, con el día en el que rodó el primer vehículo argentino. En principio porque ambos eventos caen en la misma fecha, pero también porque hay pocas demostraciones tan claras de independencia como la capacidad técnica de una nación.
Si bien, hoy en día nuestra industria nacional no está pasando por su mejor momento, es nuestra obligación recordar sus orígenes y saber que una de las mejores formas de mantener viva nuestra soberanía es fortaleciendo nuestra industria.
Lee también: Una histórica marca revive con un superdeportivo
Retomando el hecho histórico que titula la nota, debemos decir que sucedió en la localidad bonaerense de Campana. El artesano que tuvo la capacidad para enfrentar este reto fue Manuel Iglesias, un inmigrante español que llegó a nuestras tierras en el año 1884.
Comenzó trabajando en una chacra de San Isidro con escasos catorce años de edad. Luego se mudó a la localidad de San Martin, donde aprendió y ejerció el oficio de carpintero.
Ya con 19 años (en ese entonces no había un periodo de formación profesional tan extenso) ingresa al departamento de ingeniería del Ferrocarril Central Argentino. Una empresa de capitales ingleses que disponía de toda la tecnología que se podía tener en aquel momento.
Iglesias toma un particular interés por la mecánica y se capacita más en la cuestión. Compra revistas y libros que lo ayudan a entender el fascinante mundo que hay detrás de los motores, tanto de vapor como de combustión interna (los motores a vapor son considerados de combustión externa).
Lee también: Renault 18: la historia de un clásico nacional
A fines del siglo 19 logra adquirir un motor, que luego sería el responsable de propulsar a su vehículo. En esos años pide su traslado a la central que tenía la empresa en Campana, donde se muda con su familia.
Utilizando su casa como taller, en el año 1903 comienza a construir las primeras piezas. Le epopeya duró cuatro años y se puede decir sin temor a equivocarse que la ejecución del proyecto fue realmente veloz.
El vehículo fue construido completamente desde cero. Su obra lo llevó a fabricar muchas herramientas, entre las cuales había un torno a pedal el cual resultó fundamental para el proyecto.
El auto se apoya sobre un simple y robusto chasis de largueros. Su motor de cuatro tiempos y 1938 centímetros cúbicos es monocilíndrico y dispone de una cámara de combustión muy particular y extraña, pero que para aquel entonces se consideraba de alta tecnología.
Cámara de combustión similar a la que tenía el motor del vehículo de Iglesias.
Lee también: Ford festejó un nuevo hito en la historia del Mustang
Tanto adelante como atrás contaba con ejes rígidos y sus suspensiones consistían en elásticos de varias hojas.
El motor no aceleraba, sino que mantenía un régimen constante de 400 rpm, lo que le permitía circular a una velocidad máxima de doce kilómetros por hora. Prescindía completamente de rodamientos, las superficies de fricción estaban a cargo de bujes de bronce. En su frente se encontraba tanto el tanque de agua como el de nafta, los radiadores en aquel momento no se habían implementado de forma masiva.
El 20 de noviembre de 1907, ante la mirada atónita de todos los habitantes de Campana, Manuel salía a dar una vuelta con su esposa a bordo del primer auto argentino de la historia.