Hombres de auto: Augusto Monaco

Hijo de inmigrantes nacido en la Argentina, fue un experto en ingeniería que llegó a desarrollar un auto para correr en la Fórmula 1. Galería de fotos

Redacción Parabrisas

Por Pablo Jorge Gualtieri

Hijo de inmigrantes, célebres personajes italianos (su padre Ottavio fue uno de los protagonistas de la unidad de Italia, y su madre Nicolina Leanza era la hija de un conocido oficial napoleónico que intervino en el motín de 1848 en Nápoles), Augusto nació en Buenos Aires el 15 de marzo de 1903 y se caracterizó, desde pequeño, por su afición a la mecánica.

Estudió en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y se recibió de ingeniero mecánico

en 1924. Dos años después viajó a Torino, Italia, y se radicó definitivamente allí, aunque nunca dejó de reconocer que todos los conocimientos fundamentales que había acumulado provinieron de sus estudios en la Facultad de Ingeniería de la UBA.

De carácter libre e independiente, no quiso trabajar como profesional de la Fiat, que enseguida le ofreció empleo en su centro de ingeniería, pero aceptó el apoyo económico que el senador Agnelli, dueño con sus familiares de la gran empresa automovilística, le ofreció para sus audaces proyectos. Así, en 1927 diseñó y construyó el Monaco-Baudo de un cilindro de 500 cm3 de cilindrada y con válvulas laterales, y, en 1932, el famoso “Chichibio”, el Monaco-Nardi, un automóvil de tracción delantera con motor JAP de un cilindro, un litro y 65 CV, bólido que triunfó en muchas carreras de montaña.

Su proyecto más atrevido, que fracasó, fue su Monaco-Trossi de Fórmula 1 de 1935,

impulsado por un motor aeronáutico radial, también llamado en estrella, de 16 cilindros enfriados por aire, cuatro litros y 250 CV, sobrealimentado mediante dos compresores Zoller y carburadores Zenith. Acusaba un peso de 710 kilos.

Agnelli confió en un principio en la idea y en la construcción del bólido pero, después de

los decepcionantes ensayos en la pista de Fiat en Lingotto, rápidamente la desechó, y le

retiró a Monaco el apoyo financiero. Esto no desanimó a un hombre como Augusto,

dado que rápidamente se puso en contacto con un acaudalado amigo, el conde Carlo

Felice Trossi, que también era piloto y aficionado a la mecánica, quien puso a disposición

de Monaco las amplias instalaciones de su castillo de Gaglianico, en el Piamonte, además del aporte económico para la aventura, que consistía en hacer participar al monoplaza en el Gran Premio de Monza de 1935, donde efectivamente fue inscripto. Pero ocurrió un desastre: debido a la muy desfavorable distribución de las masas, 75 por ciento adelante y 25 por ciento atrás, el automóvil con tracción delantera y motor radial era casi imposible de pilotear dada su gran inestabilidad. Por ello y porque el motor recalentaba mucho hasta llegar a fundir a las bujías, el monoplaza no participó en la carrera. No obstante, este auto se destacó por su esmerada construcción de orientación aeronáutica, no sólo en la planta motriz sino también en el chasis y la carrocería, gracias a la colaboración del ingeniero Giulio Aymini. Por aquel entonces se decía que era un avión sin alas. Era verdad.

Después de esta decepción, Monaco siguió investigando y trabajando en diversos campos de la ingeniería, y se trasladó a Livorno, estableciendo una fábrica para la construcción de componentes hidráulicos de precisión. Hasta llegó a elaborar un diamante sintético que fue patentado en Suiza.

Monaco falleció en Italia el 4 de noviembre de 1997 a los 94 años, y la viuda del conde

Trossi, la condesa Lisetta, donó el excepcional monoplaza al Museo del Automóvil Carlo

Biscaretti di Ruffia de Torino, donde forma parte de la colección permanente de la

institución.

Nota aparecida en Revista Parabrisas, N°427, mayo de 2014. Para suscribirse, haga click aquí.

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