Hoy los argentinos recordamos los primeros 213 años de la Revolución de Mayo, aquel acto heroico que llevaron a cabo nuestros próceres y que sentó las bases de la futura nación.
Pero cuando la ya consolidada Argentina celebraba el centenario de aquel hecho iniciador, un joven emprendedor descendiente de inmigrantes vascos impulsaba la industria automotriz nacional. Horacio Anasagasti, (18 de julio de 1879 - 8 de abril de 1932), producía el primer auto argentino. Hubo otros intentos, pero no progresaron demasiado.
Desde pequeño, por formar parte de una familia acaudalada, tuvo contacto con los primeros automóviles que llegaron a nuestro país, y a los 23 años se recibió de ingeniero en la UBA.
No demoró en viajar a Europa para conocer más acerca de la floreciente industria automotriz que soñaba con traer a nuestro país. Al regresar a estas tierras finiquitó varios de sus negocios y abocó todos sus esfuerzos a crear el primer auto argentino.
El valor de este ingeniero –cuya fábrica estaba en el cruce de las actuales Av. Del Libertador y Bulnes– fue sistematizar la construcción. Ford presentó su Modelo T en 1908, armado en serie. Algunos años después, en Buenos Aires hubo un engranaje muy parecido.
No era una línea de montaje como tal, pero logró construir 50 unidades entre 1910 y 1915 con un mecanismo similar, dejando la artesanía total de lado.
Anasagasti fue uno de los innovadores fabriles más importantes del siglo pasado, y un férreo defensor de los derechos laborales: por ejemplo, sus empleados cumplían una jornada laboral de ocho horas, cuando eso, hace más de cien años, no era común.
El Anasagasti tenía piezas importadas (como parte de la experiencia adquirida en su viaje por Europa), pero su gran sueño era reemplazarlas por nacionales. El motor, francés, era un Ballot de 12 HP que le permitía alcanzar unos 50 km/h. La carrocería era de construcción local.
Costaba 6.000 pesos, pero “Don Horacio” aspiraba a que nadie se quedara sin su auto y armó un plan de cuotas de 200 pesos por mes. Algunas voces sostienen que esta financiación y el estallido de la Primera Guerra Mundial truncaron esos sueños.
En su época de esplendor tuvo más de veinte empleados, pero luego, fiel a sus principios, no quiso que quienes trabajaban para él (casi todos inmigrantes) lo hicieran sin la garantía de poder cobrar por su labor. Antes del cierre de la fábrica se produjo otro hito: el Anasagasti fue el primer auto en exportarse al mundo, ya que el ingeniero mandó algunas unidades a competir a Europa, logrando algunos triunfos importantes.
De aquellas cincuenta unidades solo quedan dos. El propio Anasagasti donó una a la Fuerza Aérea de El Palomar. El otro está en el Club de Automóviles Clásicos de San Isidro.