Hablamos de su pasión por los aviones, por la F.1 de ese momento; de sus libros (“El arte y la ciencia de conducir un F.1”; “Mis años con Ferrari”, “Mi historia”, entre otros); hizo comentarios amorosos acerca de sus hijos con su esposa Birgit, que le donó un riñón en 2005 después de que fallara el que le cediera su hermano Florian en 1997. En los últimos tiempos, Niki Lauda no concedía entrevistas: conversaba con su interlocutor. Así pues, aquél sábado en vísperas del GP de España en Valencia, en 2012, antes de despedirnos le pregunté si guardaba algún recuerdo especial de las carreras que disputó en la Argentina.
Entonces Niki Lauda sonrió, complacido, como ante las remembranzas que nos devuelven momentos felices: “¡Ah, qué circuito! Me gustaba mucho, en el medio de la ciudad… Una ciudad hermosísima”, repitió, como lo había hecho al principio de la charla, cuando me había dicho:“Ojalá la F.1 vuelva a tu país, y sobre todo a Buenos Aires, que es una de las ciudades más hermosas que conozco”.
A continuación hizo una pausa, un momento de reflexión que terminó al empezar a decir: “Cuando estuve en el podio, en el 73 o en el 74… no me acuerdo, en el ’74, sí, tuve que saludar a quien era el presidente, Juan Domingo Perón. Debió ser algo impresionante para mí, porque todavía me acuerdo de ese apretón de manos… Él estaba con su mujer… Es extraño, pero todavía me pregunto por qué me acuerdo de eso”, concluyó, y su mirada quedó por un instante perdida en la busca de un misterioso magnetismo pasado. El mismo (en otro sentido, pero tan contundente e inolvidable como aquel) que supo irradiar su brillante capacidad –conductiva y mental– en la F.1… y fuera de ella.
