En busca del Pacífico

Con el lago Titicaca en el retrovisor, continuamos rumbo al sudoeste a través de la Cordillera, caracterizada en esta parte por extensos valles y gigantescas dunas. En la costa aguarda un camino maravilloso, que une una docena de asentamientos pesqueros.

Redacción Parabrisas

En el anterior número de Parabrisas, decíamos que el arribo al Pacífico prometía un sabroso ceviche… Es cierto. Sabrosísimo. Un premio merecido, para un extenso viaje de 10.000 kilómetros; ¿un premio?, se preguntará el lector… Bueno, mejor dicho, una simple manera de congraciarnos, después de andar varios días arriba de los 3.000 metros. Con Cusco y el Lago Titicaca en el retrovisor, el rumbo ahora es al oeste, con la mira puesta en el Pacífico. Decíamos en el número anterior, que cruzar Juliaca se asemeja a manejar por la India o Tailandia: un caos vehicular increíble. En busca de evitar una experiencia que no es recomendable vivir dos veces, tratamos de esquivar la ciudad, a través de caminos de ripio. Un trámite más para la pick-up S10, principalmente por el sólido y confortable sistema de suspensión, diferencia notable frente a su antecesora. Las irregularidades del camino son muy bien filtradas para evitar que se escabullan a la cabina en forma de malestar para los ocupantes.

Este camino secundario nos conduce a Santa Lucía, un poblado “de paso”, deslucido, aunque indispensable para comer algo rápido; enseguida aparece La Lagunilla, una detención obligada para imprimir algunas fotografías. A los pastizales dorados y el azul profundo del agua se les suman las coloridas mantas artesanales de los vendedores apostados al costado del camino. La Lagunilla es un espejo de 66 km2, en el cual se destacan cuatro pequeñas islas. Acostumbrados a desandar la Patagonia, este accidente no representa demasiado, salvo que está elevado a 4.176 metros del mar y es el único que aparece hasta llegar al Pacífico.

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