Alcohol y cinturones de seguridad: para tener en cuenta

La ingesta de bebidas alcohólicas impide cinducir bien un vehículo. Podemos, también, elegir no viajar con un conductor borracho ni permitir que lo hagan nuestros seres queridos. El mismo riesgo se corre cuando no se usan los cinturones de seguridad. En especial, no permitamos que los chicos viajen “sueltos”. Galería de fotos

Redacción Parabrisas

Cuando se estudia en profundidad la problemática de los accidentes de tránsito aparece claramente el hecho de que son muchas las variables que inciden para que se produzcan. Solo como ejemplo podríamos nombrar la cada vez mayor densidad del tránsito, producto del aumento del parque automotor. De acuerdo con esta realidad, podría tenerse en cuenta la necesidad de aumentar y mejorar el estado de los caminos y las señalizaciones.

Por otra parte, es imposible obviar la influencia de los factores climáticos, como la lluvia, la niebla, el barro o la nieve, como causales muy importantes de accidentes. Es bueno notar que todos estos aspectos son fáciles de aceptar, ya que se trata de causas “externas”, es decir que no están dentro de la órbita individual de cada conductor el poder solucionarlos.

Pero hay otra cantidad de factores que son decisión absoluta de cada persona y que, aunque cuesta reconocerlo, pueden ser el origen de la mayoría de los accidentes y de la gravedad de sus consecuencias.

Dentro de la variedad, nos referiremos en particular, en esta nota, a dos aspectos que son muy conocidos, pero todavía muy poco considerados en nuestra sociedad: el consumo de alcohol y la utilización de cinturones y elementos de seguridad dentro de los vehículos. Son temas inherentes a todas las edades, pero en particular queremos tratarlos para los jóvenes que, en muchos casos por no haber recibido información al respecto, no comprenden la importancia que tienen.

Sirva otra copa

El alcohol produce varios efectos en nuestro organismo que van directamente en contra de la seguridad al momento de conducir vehículos. Para comprenderlo mejor,  basta con recordar las consecuencias que simplemente notamos cuando estamos parados o caminando:

Disminuye la agudeza visual y la percepción de las distancias (la clásica imagen de la persona que no puede embocar la llave en la cerradura).

Produce gran dificultad en mantener la concentración y un alargamiento notable en los tiempos de reacción naturales del organismo.

Sumado a estos efectos, que ya de por sí impiden desarrollar la tarea de conducir vehículos con normalidad, hay otro detalle que considerar que es especialmente peligroso: la notable desinhibición en las actitudes, que modifica sustancialmente las conductas preventivas. Se puede producir ese estado de euforia que, así como facilita la sensación de alegría y diversión, también disminuye notablemente la percepción del riesgo.

Es fácil entender que, ante esta suma de cosas, al ponerse al comando de un vehículo, son muchas las posibilidades de cometer graves errores de apreciación o desarrollar actitudes que desemboquen en accidentes que resultan incomprensibles. Entonces, desde el lado de las autoridades, es bueno que las reglamentaciones sean estrictas y los controles rigurosos.

Se están produciendo cambios importantes en este sentido. Hay mayor cantidad de controles y con un criterio verdadero de penalizar los excesos. Pero es obvio que resulta imposible controlar a los miles y miles de conductores que circulan de día y de noche por las calles y rutas de todo el país. Por eso es tan importante que sean las mismas personas las que elijan no manejar cuando han ingerido alcohol.

En el caso de los jóvenes, y si no son los conductores, es conveniente que ayuden a evitar que algún amigo o compañero se haga cargo del auto en esas condiciones. A veces el propio interesado no reconoce el estado en que se encuentra y “siente” que no va a pasar nada. Por eso es importante que sus acompañantes le ayuden a comprender la realidad y elijan si, a pesar de todo, se suben al vehículo y lo acompañan en caso de que el conductor no acepte no manejar.

Es bueno tener en cuenta que, si se produce un accidente, las consecuencias las sufren todos los ocupantes del vehículo y no solo el que maneja. Esta realidad nos hace pensar en el otro aspecto que mencionamos más arriba referido a los cinturones y elementos de seguridad dentro de los habitáculos.

Dale, que entramos

Hemos visto muchas veces que, tratando de resolver un problema de transporte, no se duda en “amontonarse” para que entren más personas en el auto. Hay que comprender que eso agrega un enorme factor de riesgo para todos los que viajan ya que, lógicamente, es imposible conseguir que queden sujetos por los cinturones de seguridad. Al momento de un impacto, los cuerpos sueltos se desplazarán violentamente (en forma proporcional a la velocidad de circulación), lo que puede producir lesiones muy graves por impactos entre los propios ocupantes del vehículo o por salir despedidos hacia afuera. Por eso es tan importante aceptar que solo puede viajar la cantidad de pasajeros que corresponda a las plazas disponibles en cada caso, o sea que todos viajen correctamente sentados y con los cinturones de seguridad colocados. Esto debe aplicarse tanto para los jóvenes y adultos como para los niños.

Es necesario que los niños ocupen una plaza para que utilicen los cinturones correspondientes. De acuerdo con su edad y tamaño tendrán que utilizar las butacas adecuadas o los suplementos de asientos para que queden correctamente ajustados.

Es importante comprender que no deben viajar sueltos. Pueden sufrir golpes simplemente ante maniobras bruscas y severas consecuencias ante cualquier impacto. Por eso, no deja de sorprender la gran cantidad de vehículos que se ven circulando con los chicos sueltos y jugando dentro del habitáculo. A veces, para trasladar más personas mayores se coloca equivocadamente a los chicos en la falda. En muchos casos también se los ve solos en sus asientos (delanteros o traseros) e, incluso, arrodillados para ver mejor hacia afuera, lo cual facilita su desplazamiento ante cualquier situación.

En la Escuela de Manejo hablamos frecuentemente sobre estas situaciones, porque parece que es un caso distinto al de los errores de conducción o de actitudes que cometen muchos conductores y ocasionan accidentes.

No se puede imaginar algún comportamiento intencionalmente incorrecto o de trasgresión de las normas. Se trata de los niños. Por lo general son de la familia o sus parientes y amigos. Parece que la única explicación posible, en estos casos, es pensar en excesos de confianza por parte de los adultos. Tal vez sienten que conduciendo con prudencia alcanza para asegurar que “nada va a pasar”. Pero, lamentablemente, la imprevisibilidad del tránsito, los caminos, las condiciones climáticas y otros factores muestran que resulta conveniente adoptar las actitudes que permitan estar mejor preparados ante cualquier circunstancia.

Es posible elegir no conducir si se ingirió alcohol. También se puede elegir si se acepta viajar en un vehículo con el conductor bebido. Por otra parte, los adultos y los jóvenes pueden decidir viajar amontonados o correctamente sentados con los cinturones de seguridad y los apoyacabezas bien colocados. E, incluso, escoger la manera en que otros trasladan a sus hijos o pequeños amigos.

Las reglamentaciones vigentes marcan muy claramente las pautas en ambos sentidos y prevén sanciones para quienes no las cumplan. Sin embargo, nada será mejor y más efectivo que las propias decisiones individuales para enfrentar adecuadamente el problema. Es para beneficio propio.

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