Detroit en tiempos de Trump

La que fuera la ciudad más importante del noreste de los Estados Unidos es una postal de la desolación que generan las crisis. Trump asegura poder salvarla, pero a su manera. ¿Lo logrará? Galería de fotos

Redacción Parabrisas

Están a punto de abrirse las puertas del Cobo Center. Son las siete de la mañana y los 11 grados bajo cero se hacen sentir como puñales tan afilados que son capaces de traspasar el acero. De un lado, las grises paredes del centro de convenciones; del otro, el río Detroit, completamente blanco, tapizado por el hielo, que pone distancia entre Canadá y los Estados Unidos, dibuja una mueca que parece una pregunta, tal vez la misma que todos aquí se están haciendo: ¿Vendrá Donald Trump a la apertura del North American International Autio Show?

Los primeros contactos entre el presidente electo de los Estados Unidos y la industria automotriz de ese país daban cuenta de una “relación fría”. Pero esa condición pasó rápidamente a “caliente” a partir de las declaraciones del controvertido líder republicano cuando se despachó contra General Motors. El 3 de enero publicó en su cuenta @realDonaldTrump el siguiente tuit: “General Motors está enviando a los concesionarios de EEUU el Chevy Cruze hecho en México libre de impuestos. ¡Que lo fabriquen en USA o pagarán un impuesto grande!”, justo el mismo día en el que Ford anunciaba que daba marcha atrás con el plan de inversiones en México (1.600 millones de dólares en la localidad de San Luis de Potosí), y que inyectaría capital en la planta de Flat Rock, en Michigan, donde producirá vehículos eléctricos de alta tecnología y autónomos, además de Ford Mustang y Lincoln Continental. Ford asegura que esta decisión responde a cuestiones de mercado y que no es producto de las declaraciones de Trump. Rápidamente, el presidente electo utilizó la red del pajarito para marcar posición: “Gracias a Ford por desechar una nueva planta en México y crear 700 nuevos empleos en los EE.UU. Esto es sólo el comienzo. Habrá mucho más.”

GM también hizo su descargo, asegurando que los Cruze que se venden en Estados Unidos salen de la planta de Lordstown, Ohio, aunque admitió que si bien llegan algunas unidades de silueta hatchback desde México, solo representan un tres por ciento del total de las ventas de ese modelo en el país.

Pero, para Trump Detroit es mucho más que discutir con dos terminales: puede transformarse en la clave del éxito si logra reactivar una industria que, con base en esa ciudad, algunas vez fue el motor de América, la misma industria que fue parte de su estrategia en la campaña electoral cuando hablaba de poner en marcha al país. Hoy, a pesar de la incipiente reactivación, esa ciudad, que alguna vez fue la cuna de la industria automotriz estadounidense, es la postal de una metrópoli devastada víctima de sucesivas crisis que la transformaron en una de las de más alto índice de analfabetismo y delincuencia de los Estados Unidos. Concentra, en porcentaje, la mayor población afroamericana, y alberga a la comunidad musulmana más grande del país, individuos que aportaron al triunfo de Trump (ganar en el estado de Michigan fue decisivo) a pesar de que no fueron, precisamente, bien tratados por el ahora presidente electo cuando estaba en campaña. Las promesas de Trump hablan de poner en funcionamiento la industria nacional, pero la estrategia para lograr mayor empleo en los Estados Unidos todavía es una incógnita: hasta el momento, en la industria automotriz no hay muchos planes a la vista. En su lugar, apenas algunas amenazas. Mientras tanto, Detroit sigue esperando una solución a sus históricos problemas.

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