Hace ya mucho tiempo que los motores gasoleros dejaron de ser los únicos con la posibilidad de utilizar esta tecnología. Los nafteros también la usan y sobre eso vamos a profundizar.
En principio, vamos a aclarar cuál es la diferencia entre una inyección convencional y una inyección directa: mientras en el mecanismo convencional se proporciona el combustible en los conductos de admisión, muy cerca de las válvulas de ingreso, en la inyección directa el combustible es pulverizado dentro de la cámara de combustión.
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¿Qué beneficios nos trae?
El principal, es que gastaremos menor cantidad de combustible para hacer la misma cantidad de kilómetros.
También aporta una mejor refrigeración a la cámara de combustión, punto fundamental cuando se busca el mejor rendimiento termodinámico posible.
Permite darle una mayor relación de compresión al motor sin que se genere el fenómeno conocido como “pistoneo” (detonación temprana de la mezcla).
Se puede lograr un ralentí(el régimen de giro del motor en el cual “regula”) a menor cantidad de RPM, lo cual repercute directamente en un menor consumo de combustible.
El motor dispondrá de una mejor entrega de par a bajos regímenes.
Se producirá menor cantidad de emisiones de CO2.
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¿Cuáles son sus contras?
Mayores costos en todos sus componentes.
Una mayor dificultad al momento de diseñar y fabricar el motor, ya que en una cámara de combustión (espacio muy reducido) se tendrán que colocar dos válvulas de admisión, dos válvulas de escape, una bujía y un inyector.
Utilización únicamente de naftas premium (de alto octanaje).
Mayor producción de óxidos de nitrógeno. Tipo de emisión, que es característica de los motores con alta relación de compresión.
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Como fue cuando apareció la inyección electrónica en reemplazo del carburador, hoy aparece la inyección directa para desplazar a lo que ya veíamos como estándar.
Las innovaciones duran cada vez menos y la tecnología avanza de forma vertiginosa sobre nuestros medios de transporte.
A nosotros, por suerte, solo nos queda aggiornarnos y disfrutar.